Ni había transcurrido una semana de noviembre y Cúcuta ya parecía sumida en un infierno diario. Dieciocho personas fueron asesinadas en los primeros siete días del mes en el área metropolitana, una cifra que sacude a la ciudad y evidencia que la violencia no da tregua.
Solo en las últimas 24 horas se registraron siete homicidios en distintos puntos de la capital de Norte de Santander y en municipios vecinos como Los Patios y Villa del Rosario. La disputa entre estructuras criminales por el control del microtráfico, las extorsiones y las venganzas entre bandas deja un reguero de muertes que golpea con más fuerza a los barrios populares.
Crímenes que estremecen la ciudad
Entre las víctimas está Lilibeth Alejandra Flórez Maldonado, una joven de 25 años con discapacidad motriz. Fue asesinada dentro de su vivienda en el barrio Brisas del Porvenir, en la Comuna 6 de Cúcuta. La escena, ocurrida a las 8:30 de la noche del viernes, fue desgarradora: la mujer quedó con el rostro ensangrentado en su cama, junto a la cuna de su hija y a la silla de ruedas que utilizaba. El agresor llegó en moto, ingresó a la casa y le disparó en la cabeza.
Minutos después, en la calle 6 con avenida 7 del sector Molinos, varios hombres en tres motocicletas ingresaron a una vivienda y acribillaron a un hombre y a una mujer que se encontraban adentro.
Este sábado, otra mujer fue asesinada en la avenida 4 con calle 9 del barrio 7 de Agosto, en la ciudadela Juan Atalaya. Aún no ha sido identificada. Fue interceptada por sicarios que le dispararon repetidas veces.
En La Libertad, los seguidores del Cúcuta Deportivo lamentan el crimen de Haider Alexander Velásquez Ramírez, asesinado frente a su vivienda en el barrio Bellavista. Dos sicarios en moto le dispararon cuatro veces sin mediar palabra. Es el segundo asesinato en ese sector en siete días y el segundo hincha muerto en menos de una semana, tras el homicidio de Fray Alexander Páez Vásquez ocurrido en Los Patios.
También fueron asesinados los esposos Moisés Delgado Guerrero y Yeudy Elena Segovia, conocidos vendedores ambulantes de Atalaya. La pareja fue atacada cuando apenas empezaba su habitual recorrido matutino con su carrito de café. Ambos fallecieron antes de cumplir 50 metros desde la puerta de su casa.
Su crimen revive el recuerdo del asesinato, en octubre, del también vendedor ambulante Adolfo Carrascal González, en el barrio El Rosal. Las primeras versiones apuntan a represalias por el no pago de extorsiones, una práctica que se ha vuelto asfixiante para comerciantes y trabajadores informales.
En Los Patios, otro hecho violento cobró la vida de Deivy Leonardo Garavito Luna, conocido como Loquillo, quien recibió un disparo en el cuello mientras estaba sentado frente a su vivienda en Portal de Llanitos.
Bandas criminales, extorsión y disputa armada
Las autoridades señalan como responsables a las bandas Los Porras, Los AK-47 y otras estructuras asociadas al microtráfico local, así como a la presencia de grupos armados ilegales como el ELN y disidencias de las FARC, que se disputan territorio y rentas ilícitas en la frontera.
La ciudadanía denuncia que la extorsión está fuera de control. Vendedores informales, pequeños negocios y hasta repartidores se han convertido en blancos habituales de estas redes criminales.
Silencio e inoperancia en la Alcaldía
Mientras la violencia se recrudece, crece el malestar por la supuesta inoperancia de la Alcaldía. Habitantes de los sectores más golpeados aseguran que el alcalde Jorge Acevedo está más enfocado en ruedas de prensa y en la agenda política de la campaña al Senado de su esposa, Yirley Vargas, que en enfrentar la crisis de seguridad.
“Cúcuta se nos está saliendo de las manos y el alcalde ni aparece. Aquí no hay autoridad”, afirman vecinos que denuncian promesas rotas, ausencia institucional y patrullajes simbólicos que no frenan a los sicarios.
Aunque la Policía y el Ejército anunciaron refuerzos y operativos, en las calles la percepción es otra: la gente vive entre el miedo, la zozobra y la incertidumbre.
Una ciudad sitiada por el miedo
La semana termina con la ciudad nuevamente de luto. Las cifras, los testimonios y las escenas repetidas de dolor reflejan un panorama devastador: Cúcuta está atrapada entre el control criminal, la ausencia del Estado y el miedo de sus habitantes.
Mientras no haya una estrategia integral y real de seguridad, la violencia seguirá ganando terreno en una ciudad que clama por protección y autoridad.
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