Cúcuta: la ciudad que le da la espalda a sus invisibles

Mientras el alcalde Jorge Acevedo enfrenta cuestionamientos políticos y su administración carece de una política pública seria para la población vulnerable, miles de habitantes de calle sobreviven entre la indiferencia y el microtráfico en las calles cucuteñas.


Circulan por las calles como sombras. Invisibles para una sociedad que los margina y para un Estado local que prefiere mirar hacia otro lado. Son los más de 2.000 habitantes de calle que deambulan por Cúcuta, una ciudad fronteriza donde la exclusión, la pobreza y el microtráfico se entrelazan en un drama humano de proporciones alarmantes.

Mientras tanto, la administración del alcalde Jorge Acevedo parece más concentrada en responder señalamientos por presuntos vínculos con grupos irregulares y en fortalecer su caudal político —incluso buscando votos para su cónyuge— que en atender una emergencia social que crece a la vista de todos.

La ciudad carece de una política pública integral que aborde el fenómeno de la habitabilidad en calle, el consumo de sustancias psicoactivas y la exclusión estructural. Lo poco que existe se limita a acciones asistencialistas y desarticuladas. La demagogia reemplazó la gestión.

Una ciudad sin rumbo frente a la exclusión

Según el DANE, más de 34.000 personas viven en condición de calle en Colombia, una cifra que en Cúcuta se siente con especial crudeza. Los canales, andenes, parques y vías públicas se han convertido en refugios improvisados, pero también en escenarios de riesgo, donde la instrumentalización por parte del microtráfico y la violencia social se mezclan con la estigmatización cotidiana.

El Grupo de Investigación en Cuidado de la Universidad Pontificia Bolivariana advierte que “vivir en la calle y tener un estilo de vida contrario a los valores dominantes hace que los habitantes de calle sean estigmatizados, deshumanizados y discriminados, lo cual se agrava cuando se pertenece a géneros no hegemónicos”. Una vulneración múltiple que, en Cúcuta, encuentra terreno fértil en la indiferencia institucional.

La expansión del fenómeno es visible: zonas como el Centro, el Canal Bogotá, el parque Lineal, la Avenida Cero y barrios como La Playa, La Cabrera y Blanco hoy muestran un deterioro progresivo. “Cada semana nos roban los espejos de los carros. Los clientes tienen miedo de venir”, lamenta Alirio Cañas, comerciante del barrio Los Caobos.

El negocio del olvido: el microtráfico como poder en la sombra

El drama social tiene un motor económico poderoso. Según estimaciones locales, las bandas del microtráfico mueven entre 1.000 y 2.000 millones de pesos mensuales, solo por las ventas a los habitantes de calle. No se trata únicamente de marihuana o cocaína: drogas sintéticas como el “tusi” y la heroína circulan sin control, incluso cerca de colegios o parques.

El Instituto Departamental de Salud de Norte de Santander ya había advertido que municipios como Los Patios, Villa del Rosario, Ocaña y Pamplona también presentan graves afectaciones por consumo en calle. Sin embargo, la respuesta institucional sigue siendo fragmentada, reactiva y carente de enfoque sanitario y de derechos humanos.

La indiferencia política y el laberinto legal

Cúcuta no solo enfrenta una crisis social, sino también un vacío político. La Alcaldía ha delegado —de hecho, no por ley— toda la responsabilidad en programas paliativos, sin articular estrategias con el Gobierno Nacional o la cooperación internacional.

El profesor Carlos Patiño, del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional, explica que una solución definitiva resulta compleja: “La Corte Constitucional ha establecido que no se puede obligar a una persona a salir de la calle o a ingresar a programas de rehabilitación. Es una opción de vida constitucionalmente protegida”.

No obstante, esa interpretación no exonera a los gobiernos locales de garantizar derechos fundamentales como la salud, la alimentación o el acceso a servicios básicos. Cúcuta ni siquiera cuenta con baños públicos en el centro, por lo que los canales y andenes se han transformado en improvisadas letrinas, símbolo extremo del abandono estatal.

Entre la frontera y el olvido

A la exclusión se suma el impacto del fenómeno migratorio. El flujo constante de población venezolana incrementó el número de personas en calle, pero reducirlo a un problema migrante sería una lectura simplista y xenófoba. Como recuerda Patiño, “los migrantes también han aumentado en el empleo formal e informal; el problema no es quiénes llegan, sino la incapacidad institucional para integrar y atender”.

Cúcuta, una ciudad históricamente golpeada por la desigualdad y la frontera, vive hoy un retrato desolador: mientras el poder político se consume en disputas y cálculos electorales, los invisibles siguen durmiendo entre los escombros de la indiferencia.

La ciudad no necesita más discursos: necesita voluntad política, enfoque social y dignidad humana para los que el sistema decidió olvidar.

Extraido de Nota de Orlando Carvajal. Lunes, 20 de Octubre de 2025




Publicar un comentario

0 Comentarios