Renuncia de Laura Sarabia sacude al Gobierno Petro y expone crisis en política exterior


La abrupta renuncia de la canciller Laura Sarabia ha generado un terremoto político cuyas réplicas se sienten dentro y fuera del país. Considerada una de las funcionarias más cercanas y leales al presidente Gustavo Petro, su dimisión revela profundas grietas en el núcleo del poder ejecutivo, especialmente en torno a decisiones estratégicas como la expedición de pasaportes.

“No se trata de diferencias menores”, afirmó Sarabia en su carta de renuncia, aludiendo a desacuerdos estructurales con el propio presidente sobre el futuro del contrato de producción de pasaportes. La controversia gira en torno a la decisión del mandatario, canalizada a través del jefe de Despacho Presidencial, Alfredo Saade, de no renovar el contrato con la firma Thomas Greg & Sons. En su lugar, el gobierno pretende trasladar la expedición de este documento clave a la Imprenta Nacional, en alianza con Portugal.

La determinación fue desautorizada públicamente por Sarabia, quien habría advertido que esta medida pone en riesgo la capacidad del país para garantizar la emisión de pasaportes a partir de septiembre. Según versiones dentro de la propia Cancillería, la Imprenta Nacional no cuenta con la infraestructura ni la tecnología necesarias para asumir este proceso en el corto plazo.

La renuncia provocó reacciones inmediatas del espectro político nacional. La oposición no tardó en leer la salida de Sarabia como el síntoma más reciente del desgaste y descomposición interna del Gobierno del “cambio”. El representante Andrés Forero (Centro Democrático) calificó de “demencial” la intención del Gobierno y recalcó que incluso la “más cercana” al presidente prefirió apartarse antes que avalar una medida abiertamente riesgosa.

Por su parte, la senadora María Fernanda Cabal criticó duramente el tono de la carta de renuncia de Sarabia, en la que la exfuncionaria escribió que “hay momentos en los que decir adiós es también una forma de cuidar”. Cabal le reprochó el silencio, al sostener que “no es cuidar a nadie, es traicionar la Constitución y la Ley”.

Más allá del escándalo puntual por los pasaportes, la renuncia reabre el debate sobre el rumbo de la política exterior de Colombia bajo el liderazgo de Petro. El senador Carlos Fernando Motoa (Cambio Radical) lamentó que la Cancillería se haya convertido en un “instrumento de improvisación” y criticó la cercanía del Gobierno con regímenes autoritarios. “Vergüenza internacional” fue el término con el que calificó el deterioro de la diplomacia colombiana, marcada por alineamientos polémicos con Nicaragua, Venezuela y, en su momento, con el fallido intento de golpe en Perú.

La salida de Sarabia también representa un golpe a la estructura de confianza presidencial. Desde su paso como jefa de gabinete y posterior protagonismo en escándalos como el caso de Armando Benedetti, Sarabia había logrado mantenerse como una figura indispensable para Petro. Su renuncia, vista como una fractura interna, le otorga mayor poder a Alfredo Saade, quien según varias fuentes, ha ganado influencia directa sobre decisiones estratégicas del Ejecutivo.

Para algunos, como el exsenador Humberto de la Calle, Sarabia era el “polo a tierra” de un Gobierno cada vez más volcado hacia la confrontación ideológica. “¿La última mohicana?”, preguntó con preocupación, advirtiendo que su salida deja al país más expuesto a decisiones unilaterales y poco técnicas.

En el escenario internacional, la incertidumbre se multiplica. En un momento en que Colombia busca reposicionar su política exterior y ampliar sus relaciones multilaterales, el vacío de liderazgo en la Cancillería y los continuos cambios en la cartera envían señales de inestabilidad a socios estratégicos. La falta de continuidad en la dirección diplomática afecta no solo las relaciones bilaterales, sino también los compromisos multilaterales del país en escenarios como Naciones Unidas, la OEA y la Comunidad Andina.

El senador Germán Blanco (Partido Conservador) fue tajante: “Se va la que no debió estar”. A su juicio, la renuncia de Sarabia no es una oportunidad de rectificación, sino la caída de un engranaje clave del poder presidencial. Para Blanco, la diplomacia colombiana podría ahora intentar recuperar algo del terreno perdido, “si es que aún queda algo por rescatar”.

Colombia, mientras tanto, enfrenta un dilema institucional: garantizar la continuidad de la expedición de pasaportes sin improvisación y recomponer una política exterior golpeada por decisiones abruptas, pugnas internas y un creciente desgaste de credibilidad.

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